A algunos nos pasa. Una leve sensación de estar fuera de dial, desintonizado, en otra frecuencia.
Sentirse más fuera que dentro de este mundo. Ser un extranjero en tu propia realidad.
Es la maldita no pertenencia. Bella, atractiva, caprichosa, incontrolable, irracional, inexplicable, autista, antipática. No todos la conocen, pero es famosa por abrir grietas para que la insatisfacción y la soledad se introduzcan.
La no pertenencia se jacta segura de que cada día gana la partida, que logra hacernos sentir que no pertenecemos a nada.
Pero lo que ella no sabe es que pertenecemos a ella.
El ser humano a menudo se siente solo, sin éxito o creyendo no merecer su destino.
Pero en muy pocas ocasiones es capaz de reconocer que situaciones como esas se deben a su propio actuar, y también a no haberse atrevido a hacer algo.
Ciertamente, las personas exitosas, las que lo son por mérito propio, en algún momento hicieron algo que no debían, que no podían, que no correspondía, incluso que tenía baja probabilidad de éxito.
Pero lo hicieron.
Así lograron pasar a la historia, alcanzar desarrollo profesional o estar con la persona que quisieron.
Quizás por miedo nuestra realidad no cambia, quizás por miedo vivimos constantes profecías autocumplidas, quizás por miedo dos personas están viendo la misma película solas en sus respectivas casas.
Y el secreto no es dejar de tener miedo, porque ello no es fácil. El secreto es simplemente subir ese temor a la mochila, pese lo que pese, y avanzar.
No tengamos miedo en considerarlo.
